21 Enero 2011
Si compartieran las antenas, las empresas de telefonía móvil podrían ahorrar mucho en la factura de electricidad y en su huella de carbono. Pero, ¿pueden dejar de competir el tiempo suficiente para llevarse bien?
(Artículo traducido al español del original en inglés)
El teléfono móvil tiene cuatro o cinco rayitas de cobertura, lo que es una buena noticia para el abonado, pero un pobre consuelo para la operadora que paga la exorbitante factura. Para garantizar que todos los abonados tengan una buena señal, incluso en plena noche, cuando son pocas las personas que usan su móvil, todas las redes del barrio emiten a plena potencia desde la antena de su estación base para los pocos abonados que están despiertos.
Este innecesario derroche de energía podría reducirse si las operadoras móviles se pusieran de acuerdo para compartir sus antenas en las muchas ocasiones en que las redes no están saturadas. El tráfico de llamadas de voz es escaso fuera de las horas punta de la mañana y la tarde y a primera hora de la tarde, cuando se dispara el uso de internet móvil.
A Michela Meo, de la Universidad Politécnica de Turín (Italia), y Marco Marsan, del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados (España), se les ocurrió una idea para conseguir que las redes cooperen. Hicieron una simulación con antenas móviles en las que se ejecutaba un software que podía desconectar progresivamente las antenas a medida que disminuía el tráfico de telefonía móvil. Con esto, todas las redes podrían incluso llegar a compartir una única antena. El software iría luego encendiendo de nuevo las antenas según fuera aumentando la demanda (Computer Networks, DOI: 10.1016/j. comnet.2010.10.017). Aparte de instalar el software en las antenas, lo único que hace falta para que este sistema funcione es ampliar el uso de la tecnología existente que permite a los móviles cambiar de una red a otra. Calculan que de esta forma las operadoras podrían recortar su consumo anual de energía hasta en un 20%.
Se trata de un ahorro que merecería mucho la pena, afirman los investigadores, porque las 4 millones de estaciones base de telefonía móvil que hay en todo el mundo le cuestan a la industria unos 10.000 millones de dólares al año en electricidad, además de verter a la atmósfera 59 millones de toneladas de dióxido de carbono.
Como teoría es buena, dicen desde el sector, pero el concepto es ingenuo, tanto técnica como comercialmente. Paul Eggleton, director de energía de Telefónica O2 en el Reino Unido, dice que las empresas son muy conscientes de sus problemas energéticos: el 80% del coste de mantener una red corresponde a la factura de electricidad.
El resultado es que los fabricantes de los equipos de radio de las redes están empezando a experimentar con un uso adaptativo de la energía. «Los sistemas de fabricantes como Huawei, Nokia, Siemens Networks y Ericsson tienen un diseño inteligente que les permite apagarse cuando la actividad de la red es baja», dice Dan Warren, director senior de tecnología en la GSMA del Reino Unido, asociación de la industria de las comunicaciones móviles.
Pero las pruebas con esos equipos no han demostrado el 20% de ahorro predicho por Meo y Marsan, y también han puesto de manifiesto un importante problema de seguridad en lo que respecta a llamadas de emergencia. En pruebas realizadas hace dos años en las que algunas partes de una red simulada se apagaban cuando disminuía la actividad móvil, Eggleton y sus colegas registraron un modesto ahorro de energía del 7%. Pero una vez apagadas, las antenas a menudo fallaban cuando debían encenderse de nuevo al aumentar la demanda. Cualquier sistema de software tendría que saber resolver este problema.
«Si alguien necesita hacer una llamada de emergencia a la 1 de la madrugada, necesita que se realice esa conexión. Así que no podemos considerar realmente esta idea hasta que funcione de forma absolutamente perfecta», explica Warren.
Algunas de las medidas cooperativas propuestas por los investigadores se están aplicando mediante fusiones en la industria y un concepto cada vez más popular: compartir redes de acceso radio (RAN). Con RAN, las redes firman acuerdos —como han hecho Orange y T-Mobile en el Reino Unido— que les permiten que, si una operadora tiene la red más potente en una zona en particular, los usuarios pueden utilizarla en roaming.
Pero esto solo representa una pequeña parte del tráfico total de la red. Warren cree que las tendencias competitivas entre las empresas, que ofrecen lo que ellas consideran un producto distinto, y superior, significa que serán reacias a cooperar de forma generalizada.
Y también existen algunos obstáculos técnicos. Algunas redes, como la británica 3, por ejemplo, tienen mayores conexiones de internet de banda ancha, pero no están configuradas para soportar un intenso tráfico de voz. Esto es así porque principalmente ofrecen conectividad a módems USB para portátiles, más que a teléfonos móviles, afirma Warren.
Estas objeciones significan que Meo y Marsan no han logrado convencer a ninguna operadora para que pruebe su propuesta. Las operadoras quieren ahorrar energía —y gastos—, pero no cooperar entre sí, explica Meo, porque el tráfico de voz y datos refleja los hábitos de uso de sus clientes, y las empresas podrían utilizarlos para pisarse el terreno.
Adam Denton, director de asuntos regulatorios de la GSMA está de acuerdo. «Este tipo de cooperación entre redes no se va a producir a no ser que venga impuesta por los reguladores o los gobiernos. Es un cambio demasiado profundo».
El consumo de los terminales móviles también se está convirtiendo en objeto de escrutinio, centrándose la atención principalmente en la forma en la que se programan las aplicaciones. Google, inventor del teléfono Android, patrocinó hace poco un estudio en el laboratorio informático de la Universidad de Cambridge en el que los ingenieros Andrew Rice y Simon Hay analizaron el consumo de algunas aplicaciones Android en diversos terminales (Pervasive and Mobile Computing, DOI: 10.1016/j.pmcj.2010.07.005). Descubrieron que los programadores deberían estar alerta a los rápidos cambios en el hardware que se producen con cada nueva generación de teléfonos. En un terminal, por ejemplo, la antena Wi-Fi consumía 10 veces más energía que la 3G. Pero en la siguiente generación del terminal esos mismos circuitos consumían la misma energía. El acceso al GPS por varias aplicaciones a la vez puede consumir mucha energía. En vez de permitir que cada aplicación determine su posición, con el elevado consumo que esto supone, afirma que el sistema operativo de un teléfono debería estar diseñado para permitir que las aplicaciones compartan los datos del GPS. «También hemos descubierto que los teléfonos en la red 2G a veces consumen más energía que en 3G. Esto podría tener que ver con las variaciones de cobertura entre las redes, pero aún no tenemos una respuesta definitiva», afirma Rice. |
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Este artículo está disponible en la página web de New Scientist (solo para abonados): Cooperative cellphone networks could cut energy waste
Autor/es: Paul Marks
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